«En una noche cualquiera, una pareja planeaba su Boda, una Boda a su manera…
– No pienso llevar ramo.
– Ni yo dejar de reír, ya sabes que soy escandaloso.
– Eso jamás dejes de hacerlo. Prométemelo. Es la única promesa que necesito.
– Está bien, con la mano en el corazón.
– ¿Qué haces con la mano en mi pecho?, he dicho con la mano en el corazón, tramposo.
– Poner la mano en el corazón, es lo que hago. Este, el tuyo, es el que me importa, el que no quiero que se rompa, porque me rompería con él. Pongo la mano en el corazón que más quiero proteger. Solo sobre él, sobre tu pecho, tendrán valor mis promesas. Y prometo, ante todo, seguir siendo yo, porque de lo contrario dejaríamos de ser nosotros. Así que seguiré riendo alto y fuerte, y roncando a veces, y seguiré sin saber doblar bien las camisas.
– ¡Tú no tienes camisas! Afortunadamente.
– La de la Boda cuenta.
– No, que ya viene planchada. Pero sigue con las promesas, vas bien.
– Hace tiempo que dejé de prometerte tonterías y no voy a hacerlo ahora.
– Tanta seriedad la arreglo yo a golpe de cervecita.
– ¡Venga esa cerveza! Pero no es seriedad, es certeza. Uno necesita prometer cuando se siente caminando sobre una cuerda de circo, de esas sin red por debajo. Pero ya no es nuestro caso. La red existe y es real, es nuestra vida. Dejé de sentir la necesidad de pedir, de esperar, de prometer, de desear, cuando me di cuenta de que cada mañana eras mi primera imagen. Tus ojos encogidos por el sueño, tu pelo revuelto. Mi irrefrenable deseo de pintarte otra vez. Mis ganas de café. Un nuevo día, contigo. Un nuevo día nuestro. Esa era la verdad y la promesa. Y eso es justo lo que quiero. Estar contigo y que tu estés conmigo, como ahora, pero siempre.
– Nos vamos a quedar sin paredes. Y puede que algún día me corte el pelo.
– Con tal de seguir aquí, lo demás no importa.
– Va a ser una Boda tremenda.
– Por supuesto, es la nuestra.
Y las risas inundaban el aire con olor a lienzo nuevo, a cenas entre amigos, a vida de verdad. Ellos estaban en el lugar y en el momento exacto en el que querían estar. El azar había sido benévolo y ellos habían sabido trabajarse la suerte a golpe de amor generoso. Se sabían los defectos y las cicatrices. Se sabían las cosquillas y las esquinas. Se sabían. Y sabían bien. En esos raros casos en los que el destino une piezas que encajan sin esfuerzo, que cruza miradas que saben verse a la vez. Ellos estaban y querían seguir. Pero a su manera. Porque cuando los planes se trazan en base a designios ajenos siempre terminan rotos. Porque las reglas impuestas solo sirven para infundir temores. Porque hacía mucha vida que habían aprendido a sentir en libertad. Por amor. Ellos se casaban por amor.»
Eva Villamar – Maquilladora que escribe
Esta pareja increíble, Laura y Carlos, se arreglaron en su casa, su hogar, juntos, porque querían salir juntos por la puerta para vivir un día que habían preparado sin prepararlo. Ella no quiso ramo y llevó el mismo vestido con el que se había casado su madre. El estrenó camisa y se dibujó la más grande de sus sonrisas, el mejor de sus cuadros, para ella. Y entre los rincones de su casa, se iban haciendo hueco las ilusiones y las ansias por gritar alto que el amor si dura, si se queda, si vale, existe y es bueno. Y para festejar sin límites, se rodearon de su gente, en una casa familiar, con mucho por comer, beber y cantar. Y cada cual a lo suyo, algunas sin zapatos, otros en la piscina, mientras ella, la Novia, hermosa Laura, se cambiaba de ropa evocando épocas coloniales, pasajes de una novela propiedad de los dos.
Una novela, una historia, de final abierto, como lo son los buenos cuentos, pero de desarrollo glorioso. Porque no tengo la menor duda de que ellos, esta pareja increíble, tendrá una vida en común gloriosa. Porque lo saben hacer, saber ser amigos y amantes, cómplices y guerreros. Saben vivir, vivir juntos sin dejar de ser por separado. Y es que las parejas más potentes nacen de seres poderosos, de personalidades formadas y forjadas que juntos, lejos de anularse, se alimentan, crecen y se ven crecer. Así son y así serán. Siempre, lo sé, porque con los años aprendes a identificar como huelen los sentimientos ciertos, el amor no fingido, y su casa olía a verdad.
Solo me resta agradecerte Laura, bonita y sonriente mujer, que confiaras en mí ese especial peinado que tenías en mente, tu maquillaje y tu tiempo, sobre todo tu tiempo. Tiempo compartido, tiempo vivido, que me guardo, con tu permiso, para siempre.
Y cuidamos de ellos:
- Maquillaje y peinado Novia, cosa mía: Eva Villamar
- Fotazas que hablan solas: Boquerón á Feira
- Vestido con historia: Pronovias años 70, arreglado por Crevel Novias
(Los cuadros de fondo que aparecen en las fotos son obra del Novio, Carlos Morato Porto, es pintor de vocación y profesión, su web aquí: http://moratoporto.com)