En ocasiones el trabajo y la vida se funden en un abrazo sincero, cálido y tranquilo. Sincero, porque los brazos que lo entregan son francos, honestos y limpios. Cálido, porque ese abrazo nace de tiempos vividos, tiempo atrás. Y limpio, porque llega sin otra intención que la de entregar cariño. Y en esta ocasión (y, por favor que ninguna de mis queridísimas Novias se me enfade) el cariño fue el color que elegimos, Almudena y yo, para vestir por entero el día de su Boda. Porque esta maravillosa mujer y yo nos conocemos de atrás, muy atrás, mi memoria traicionera conserva menos recuerdos que la suya, a decir verdad. Pero a través de su sonrisa, de sus miradas y su total confianza, recuperé el tiempo y gané recuerdos nuevos. Y, solo por eso, querida Almudena, repetiría cada uno de los instantes que compartimos.
Rememoro nuestra primera conversación. Ella me explicaba que se casaba, pero que no quería ir de novia, quería ser ella, verse a su manera. Es lo que sucede cuando esos caminos antes resbaladizos se vuelven sólidos, que se sabe muy bien lo que se quiere y, sobre todo, lo que no. Lo que esta mujer ansiaba era celebrar, junto a su preciosa familia, su gran triunfo, que todos unidos habían descubierto que eran más felices que por separado y que, por muy revoltosa que la vida se vuelva, juntando siempre las manos y levantando el espíritu, el hogar se torna una fortaleza inexpugnable. Ese hogar, esa vida, merecía una fiesta.
Y me contó que su vestido sería corto, por aquello de buscar comodidad, de no fingir. Que su ramo sería de papel, por mil significados que guardaremos en secreto, porque le pertenecen a ella. Me habló acerca de su atracción por las estrellas y la alegría. Me lo contaba con la mirada de una niña, llena de ilusión y vida. Mientras yo imaginaba como darle forma a todos esos deseos e ilusiones. Imaginaba esos expresivos ojos vestidos con discreción sobre una piel transparente, porque la verdad de su mirada no podía perderse entre colores. Imaginaba unas pequeñas trenzas como corona, para servir de soporte para su delicada diadema. Pero, sobre todo, la imaginaba feliz.
Llegó el gran momento y no recuerdo un solo segundo que no fuera disfrutado, sentido, desde lo más profundo del corazón. Ese rincón íntimo que pocas veces se explora, porque deja al descubierto las emociones y el verdadero color del alma. Pero su propio nombre ya da pistas, Almudena. Si, con el alma al aire, ya vestida, veía subir a la habitación de su castillo, a sus hijos, sus amados hijos. La familia estaba completa, tocaba retirada, no sin antes robarle otro abrazo más. Con el alimento que da llevarse emociones buenas en los bolsillos, historias reales de final feliz que al mismo tiempo te mantienen con los pies sobre la tierra legando un gran aprendizaje, la felicidad hay que trabajarla cada día. Y es así como se construye la vida, con mucho amor, hasta llegar al punto de querer casarse con ella, con la vida misma.
Eva Villamar – maquilladora que escribe
Preciosa mía. Mil gracias por dejarme estar a tu lado, en esa vida bonita que habéis construido, juntos; en ese día tan especial, más juntos todavía. Te, os deseo toda la felicidad imaginable. Siempre. Mil abrazos más!
Cuidamos de Almudena:
- Maquillaje y peinado míos: Eva Villamar
- Fotografía (la sensibilidad que esta Boda requería): DOMO Fotografía
- Vestido (la idea se hizo realidad): CREVEL NOVIAS
- Corona (las estrellas): BdBlanche
- Ramo (para siempre): Anaquiños de Papel
- Lugar (“el castillo”, decían los niños): Pazo de Vilaboa
Gracias por tus preciosas palábras, no se puede describir mejor un sentimiénto; ese día vivimos la felicidad todos juntos, imposible que las lágrimas no fuesen un invitado más a,ésta boda!.
Quiero a esa mujer, a mi niña con locura, admiro su fortaleza que la hace grande, en su sonrisa permanente, cabe toda la verdad del Universo, imposible no amarla!!,( y no es pasión de tía y madrina!)
Gracias Lydia! Es una amor de persona y para mi ha sido un orgullo formar parte de algo tan bonito.
Un besiño!