“Te presentaste una mañana cualquiera, una mañana igual a las demás, entre tantas, no había nada de especial en ese día, nada excepto ese extraño cosquilleo en mi garganta. Te presentaste sin más y no supe qué pasaba, porque no pensé que fuese nada. En medio de cualquier lugar volví a cruzarme contigo y mi garganta protestó de nuevo y más fuerte, como si quisiera enviarme una señal inequívoca. No quise entender. Esta clase de cosas no pasan, no a mí, no aquí. No quise entender. Pero volví a verte, cuando la vida se pone terca sabe romperte la nariz contra la pared de tu destino. No me quedó más remedio que aceptar que el cosquilleo en mi garganta llevaba tu nombre, un nombre de reina. Que la razón de mis noches agitadas eras tú. Qué el motivo de mi tonta sonrisa eras tú.