Claudia y Alberto… La Gran Boda Gallega

Se me ocurren tantas cosas que contaros acerca de esta Boda que no tengo ni idea de cómo empezar. Así que comenzaré recordando el día que vi los ojos de Clau por primera vez, llenos de luz, de vida, de vida vivida y de ganas de seguir. Hablamos, nos entendimos (y, para fortuna mía, nos seguimos entendiendo) y ella decidió confiar en mí su maquillaje y sus ilusiones. La conocí con los labios rojos, supe que la casaría con ese mismo color, porque la quería auténtica, sin clichés, ni mentiras, tal y como es, ¡magnífica!

Y me habló de sus sueños de niña, de las ganas de colar sus nervios entre capas de tul. De sus muchas inquietudes, de su amado Alberto, de su adorada Familia, una Familia forjada a base de amores verdaderos, unos de sangre, otros de prestado, pero todos con igual valía, porque estaban ahí, siempre, porque llenaban huecos, huecos muy gordos, siempre. Y todos, de una forma u otra, estarían presentes en la Boda.

Y cuando estás un ratito hablando con Clau, te sucede siempre lo mismo, irremediablemente tienes que abrazarla, y ella te devuelve el abrazo más sentido y más sincero que puedas imaginar. Es una de esas personas que, a pesar de sus pesares, es capaz de mantener intacta su ilusión, su inocencia, sus ganas y su vitalidad. Y la tienes que querer, no queda otra.

Mientras Alfonso revoloteaba con su cámara por la habitación del Hotel, su maquillaje cobraba forma y la puerta no dejaba de sonar. Asumí el papel de controladora de aduanas y, siguiendo sus instrucciones, sólo permitía el paso a unos pocos, los demás tenían que esperar: “-Clau, ¿las dejo pasar? – No, es que quiero mi momento tachan”, me respondía bajito y al oído. Y vaya si lo tuvo. No tardó en llegar mamá, y Hugo, y llegó David, llegó la Familia. Y me hice a un lado, porque tienes que saber cuándo retirarte, porque los que están tienen mucho que decirse y mucho que quererse. Imposible imaginar un día más cargado de emociones.

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Como quería, mi bella Clau, con su vestido de tul, con sus labios rojos y su corona de flores amarillas, apareció entre árboles del brazo de su querido hermano.

Y Clau y Alberto tuvieron su ceremonia, hicieron sus promesas que ya eran verdades desde mucho antes. Se miraron una vez más para poder aguantar las ganas de gritar, de saltar, es lo que quiere el corazón cuando la alegría lo desborda. Cuando sabes que has encontrado tu casa, tu rincón en el mundo y quieres quedarte para verlo todo de cerca y vivir, a su lado, vivir lo que sea que venga, pero a su lado.

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Y cuentan que, a partir de aquí todo se desmadró. Se perdieron las formas y los zapatos, se lanzaron besos y corbatas al aire. Se gritó “Forza Depor”, con camisetas incluidas. Porque fue una Boda a lo grande, pero a lo grande no por fasto, sino por ganas de llenar el corazón de recuerdos buenos, de brindar con cualquier excusa, de repetir «que se besen» una y mil veces; con interminables ganas de compartir abrazos, ese día se repartieron muchos, muchos y muy sentidos.

Porque esta mujer, esta pareja, recibió amor desde el primer momento hasta ahora. Son dos seres muy queridos, y con toda la razón, porque son todo corazón y se han ganado su futuro, felices y hasta con sus perdices. Qué menos para una Novia coronada, desde lo más alto, con preciosas flores amarillas.

Eva Villamar – Maquilladora profesional

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Eva Villamar

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